lunes, 10 de marzo de 2014

Hilvanar unas notas elogiosas acerca de la lectura, presupone navegar en reversa para luego re-andar hacia el presente, cargado de las más disímiles vivencias personales sobre esa práctica que es experiencia vital (de hombres y mujeres), ya eminentemente intelectual, re-creativa, estética, a través de la cual vamos definiendo nuestro ser a la luz de un rasero de alto nivel.

No sobra decir precisamente que esta actividad (la lectura), que desata en el individuo unos procesos intestinos, interrelacionados, de sinergia entre muchos órganos para que opere la aprehensión intelectual y la fruición estética, compromete desde la mirada (visión) hasta las facultades superiores, empezando por la atención…No es entonces la lectura un atributo natural, por tanto ella no corresponde al orden de su biología. Humana, sí, humanísima sí que es! Invento cultural sin par en el complejo mundo de la interacción social.

El desarrollo de las habilidades que tal competencia encierra, demandan desde temprana edad de procesos de aprendizaje pertinentes. Y no son pocas las amenazas que se ciernen sobre el potencial lector; ya tempranamente, cada niño y niña con su crecimiento se juega a la vez el éxito de la lectura, lo que va a depender de los aciertos de la enseñanza: Motivación, trato afectuoso, historias y textos agradables, conmovedores, risibles, así como estímulos que la refuercen.

La imposición y el castigo asociado a la enseñanza de la lectura, lo mismo que con su complemento, la escritura, causan exactamente lo opuesto a lo que se desata con la curiosidad y la motivación. El ejemplo que persuade, otro potente catalizador que jamás podrá esperarse del precepto.

Que el niño pueda escoger considerando una cierta oferta de libros a su alcance, que su maestro(a) sea lector nada vergonzante que re-cree los textos escritos para que los niños se acerquen motivados a encarar su aventura. Con el derecho legítimo a no concluir una lectura iniciada sino sienten satisfecha sus expectativas. Y seguir con otro.

La complicidad del maestro(a) en la búsqueda de estrategias que lleven al encuentro del niño con los libros, y la complicidad de los padres en casa dejando al alcance de los niños (a manera de provocación) un libro atractivo y cautivador, son condición para que se acceda a tan singular experiencia personal, oportunidad para que se inocule el “vicio”, la “adicción”.

Maestros analfabetas funcionales, que no dudan en la cantaleta edificante de lo que ellos no hacen, que todo lo reducen a una nota intimidatoria, y jamás los niños los ven amorosamente acompañados de libros y hablando y escribiendo de libros, los niños alcanzan a “desnudarlos”, y bien pronto se convencen que son simples “mete monos”, “charlatanes” a quienes no hay porque creerles lo que su bocas predican.

La lectura es la “gimnasia del cerebro”*, como el deporte y los ejercicios son la salud del cuerpo (¡y de la mente!). A través de la lectura, los humanos nos elevamos a la altura de la palabra de los sabios, maestros del pensamiento, arquitectos de mundos de ficción, comunicadores y divulgadores del conocimiento científico, fabuladores. Y de ese modo y por esa vía nos trasformamos, enriqueciéndonos intelectualmente, conociendo experiencia (posibles) de otros, aprendiendo de personajes y roles diferentes en contextos determinados, a ser tolerantes; deleitándonos estéticamente. Reflexionando y prefigurando eventuales situaciones de la vida real, supuesta o imaginada.

Y por cuanto la lectura es aprendizaje a través de palabras que discurre en armonía y sentido, a través de ella (la lectura), se interioriza el buen escribir. Mas como la lectura lleva consigo la ideación de maneras diferentes de ver lo que plantea el autor, re-creándose los universos elaborados en el texto escrito, con lo que potencialmente, los buenos e incorregibles lectores, pueden devenir creadores que encarnan el arte de narrar por cuenta propia.

Y aunque leer, es por antonomasia una actividad no gregaria, y sí de rumiantes individualizados en parcelas de soledad en las que bulle el dialogo fecundo: lector-(espíritu del) escritor, el primero como el segundo, en sus respectivas vidas, jamás están del todo solos. He aquí parte del milagro en este frágil ecosistema cultural hombre-libros, donde el lector, sin proponérselo, es ave polinizadora de las ideas que son la primavera florecida de los libros.

La lectura propiamente dicha como el arte de escribir, no dan lugar para la violencia y el fanatismo y, sí nos pone a boca de jarro con respecto a lo razonable y la ética que la soporta.

La lectura potencia la convivencia que en los mejores casos es buena conversación, rica conversación en la que es necesario los intervalos de silencio y la escucha inteligente: Oído, corazón, cerebro.

Lector**

Apenas abrió
El libro
Le empezaron a
Nacer alas


Y aunque
Le faltaron páginas
Para ganar la otra orilla
Ya no era el mismo

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*Escolios y anotaciones breves a lo Medina I. Ramirodelcristo.blogstop.com

**Autoría de quin firma el presente ensayo.

Ramiro del Cristo Medina Pérez

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